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.—En ese caso será mejor que todo esto quede entre nosotros —me dijo Camisarroja, sudando profusamente—, y que no lo comentes con nadie más.—De acuerdo —le dije—.Si hacerlo va a acarrear tales consecuencias, aceptaré lo que me pides, aunque no me resultará fácil.—¿De acuerdo entonces? —me repitió varias veces, con esa voz femenina que me retumbaba en los tímpanos.¡Sería horroroso si todos los licenciados universitarios fueran así como él! Seguro que no era consciente de lo ridículo que era lo que me estaba pidiendo.Y aun así se atrevía a dudar de mi palabra, como si me creyera capaz de algo tan mezquino como no respetar la palabra dada.En ese instante llegaron los dos profesores cuyas mesas estaban junto a la mía, y Camisarroja se retiró rápidamente a la suya.Hasta su forma de caminar era artificial.Andaba sigilosamente, como si se deslizara.No sé qué puede llevar a alguien a caminar sin hacer ningún ruido.Como no sea que quiera dedicarse al robo con nocturnidad…Pronto sonó la corneta que marcaba el comienzo de las clases.La mesa de Puercoespín continuaba vacía.Ya no había nada que hacer, así que dejé el céntimo y medio encima de mi mesa y me dirigí al aula.La clase se alargó un poco más de lo habitual, y cuando volví a la sala de profesores todos habían llegado ya, incluido el Puercoespín.Yo ya no esperaba que apareciera, pero allí estaba.Ocurrió que simplemente se había retrasado un poco.En cuanto me vio les comentó a todos que puesto que yo era la causa de su retraso, debía ser yo precisamente quien pagara la multa que nos imponían en esos casos.Al oírlo, cogí el céntimo y medio que había dejado en mi mesa y lo deposité en la suya.Le dije que aquello era en pago por el sorbete.Al verlo, el Puercoespín se rió y me dijo:—¿Se puede saber de qué me estás hablando? —Pero cuando vio que iba en serio volvió poner el dinero en mi mesa y me dijo que ya bastaba de bromas ridículas.Yo ya sabía de antemano que el Puercoespín no iba a dar su brazo a torcer tan fácilmente.—¡No se trata de ninguna broma! —le respondí—.No quiero deber nada a nadie.¡Insisto en que lo cojas!—Si para ti un céntimo y medio es tan importante, lo cojo y arreglado… Pero ¿por qué me devuelves este dinero precisamente ahora?—Da lo mismo ahora que en cualquier otro momento.Lo único que pasa es que no quiero deberte nada.¡Por eso te lo devuelvo!Puercoespín me miró desafiante, y luego dijo:—¡Bah!Si no le hubiera dado mi palabra a Camisarroja, les habría dicho a todos en ese mismo momento la clase de persona que era en realidad el Puercoespín, y seguramente habríamos llegado a las manos.Pero no podía faltar a mi palabra.No obstante, el hecho de que me dedicara un simple «¡Bah!» por respuesta logró ponerme rojo de ira.—Está bien.Acepto el dinero del granizado.Pero a cambio tú cogerás todas tus cosas y te marcharás hoy mismo de la pensión Ikagin.—Lo único que deseo —le respondí— es devolverte el dinero cuanto antes.¡Lo que yo hago con mi cuarto es solamente asunto mío!—Eso es lo que tú te crees.Tu casero vino a verme anoche para decirme que quiere que te vayas de su pensión; cuando me contó sus razones, me pareció que actuaba correctamente.Aun así, quería estar seguro de que lo que decía era cierto, así que me pasé esta mañana por su casa para que me lo explicara con detalle—.¡No tenía ni la menor idea de qué estaba hablando el Puercoespín!—¿Y puede saberse qué fue lo que te dijo? Además, ¿cómo te atreves a juzgarme por lo que otro te haya dicho sobre mí? Si el casero tiene algún problema conmigo, lo que tiene que hacer es decírmelo directamente.¿Cómo te atreves a dar por sentado que lo que te dice cualquiera es verdad, para luego reprochármelo de esta forma?—Voy a intentar explicártelo.En primer lugar, has de saber que eres un maleducado.Tu casera no es tu criada.¡No hay derecho a que le hagas lavarte los pies!—¡Vaya! ¿Y cuándo le he obligado a hacerlo?—No es de mi incumbencia.De lo que estoy seguro es de que están hartos de ti.Dicen que con sólo vender un kakemono pueden ganarse hasta diez o quince yenes fácilmente.Así que no te necesitan para nada.—¡Vaya par de mentirosos! Si es así, ¿por qué me alquilaron la habitación?—No tengo ni la menor idea.Es cierto que decidieron alquilártela, pero no es menos cierto que ahora están hartos de ti y quieren que te vayas.¡O sea que sal de ahí!—¡Por supuesto que me iré! —exclamé yo—.No me quedaría en ese cuchitril ni aunque me lo pidieran de rodillas.Pero no olvides que todo es culpa tuya.¡Fuiste tú quien me presentó a esos miserables!—¿Culpa mía? ¿Culpa mía? ¿No será más bien culpa de tu insolencia y tu mala educación?Puercoespín tenía tanto genio como yo, y no tardó mucho en empezar a dar voces.Los demás profesores, que hasta ese momento habían estado a lo suyo, empezaron a mirarnos asombrados.Yo no tenía nada de lo que avergonzarme, y les devolví una mirada desafiante.El único que no parecía extrañado era el Bufón, que se reía sentado en su mesa.Así que le lancé una mirada especialmente retadora, y enseguida el Bufón apartó la vista y dejó de sonreír.Parecía algo nervioso.De repente sonó la corneta que señalaba el nuevo turno de clases, de manera que Puercoespín y yo dejamos nuestra discusión y nos fuimos a nuestras respectivas aulas.Por la tarde se celebró una reunión de profesores en la que se discutirían las medidas disciplinarias a adoptar contra los estudiantes internos involucrados en el incidente de la noche de mi guardia.Era la primera vez que asistía a una reunión, y no sabía muy bien cómo debía comportarme.Imaginaba que esas reuniones se convocaban para resolver problemas especialmente difíciles y farragosos que requerían que cada uno de los profesores expusiera su opinión para que el director, al final, tomara una decisión justa.Me parecía que era la forma correcta de tratar un problema complicado.Pero, por otro lado, en este caso estaba claro quién tenía la culpa, así que discutirlo era una pérdida de tiempo.Por muchas vueltas que se le diera, sólo había una interpretación posible.El director debía castigar a los estudiantes y punto.En vez de eso, se mostraba dubitativo y falto de autoridad.¿Cómo se podía ser tan indeciso? Si para ser director había que ser así, entonces la palabra «director» debía de ser sinónimo de «miedoso indeciso».La sala de reuniones era una habitación larga y estrecha, contigua al despacho del director, que normalmente servía como comedor.Había unas veinte sillas de cuero negro alrededor de una mesa alargada [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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