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.¡Todo en el más puro estilo de democracia boliviana!Increíblemente, los paraguayos siguieron avanzando por el Chaco soportando el despiadado calor.En noviembre, en la batalla de El Carmen, rodearon a dos divisiones bolivianas y capturaron a 4.000 prisioneros mientras otros 3.000 bolivianos perecían de sed.A finales de 1934, la retirada boliviana había alcanzado el lejano extremo oeste del Chaco: los bolivianos estaban siendo vencidos en su propio territorio.El presidente Tejada Sorzano descartó entonces la idea de luchar tratando de gastar lo menos posible y proclamó una movilización total.Las filas de soldados aumentaron y, aunque sufrían derrotas en el campo de batalla, el número de soldados crecía.En abril de 1935, los adustos y curtidos paraguayos, cuyas menguadas filas habían tenido que engrosarse con reclutas adolescentes, habían avanzado todo lo que les permitían sus líneas de abastecimiento, pero habían llegado mucho más lejos de lo que jamás habrían soñado.Estaban más cerca que nunca de la victoria y, sin ellos saberlo, también a un paso de la derrota, como los alemanes durante el verano de 1918.El reclutamiento de Sorzano aumentó las tropas de Bolivia en 45.000 soldados.Finalmente, estas cifras dieron resultados.Su ejército avanzó con renovado vigor para defender a su patria.Atravesaron a cuchillazos a los atribulados paraguayos, muchos de ellos adolescentes que estaban lejos de su país.Al final, la original estrategia boliviana resultó ser acertada.En junio de 1935, ambos bandos estaban al menos dispuestos a escuchar el último intento de establecer la paz, el decimoctavo.Paraguay se dio cuenta de que estaba al límite y se mostró dispuesto a terminar la guerra.Los diplomáticos de los cinco países vecinos, Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Perú, junto con Estados Unidos, presionaron a ambas partes para que detuvieran aquella carnicería sin sentido.Cuando la reunión se estaba a punto de dar por terminada sin que se hubiera llegado a un acuerdo, el representante estadounidense, el embajador en Argentina, Alexander Wilbourne Weddell, pidió a las partes que solucionasen sus diferencias.Entonces le escucharon y llegaron a un trato mientras una comisión formada por los países mediadores trazaba una frontera a través del Chaco para dividir los no botines de guerra.Bolivia y Paraguay acordaron dejar de luchar al mediodía del 14 de junio.Los dos ejércitos se estuvieron observando desde sus trincheras durante toda la mañana.Cuando faltaban sólo unos treinta minutos para llegar a la hora límite, sin ninguna razón aparente, empezaron a dispararse.El tiroteo creció en intensidad y pronto ambos ejércitos febrilmente dieron rienda suelta a sus armas, y gastaron montañas de municiones.Las bajas aumentaron, pero a mediodía sonaron varios silbatos y el tiroteo se detuvo.Medio desquiciados por la matanza y asombrados ante la certeza de que esa locura se había producido realmente y habían sobrevivido, los soldados de ambos bandos se pusieron a gritar entusiasmados y a bailar con los enemigos que hacía apenas unos minutos habían tratado de matar.Fue un final sangriento y sin sentido para una guerra sangrienta y sin sentido.El único propósito de la guerra fue demostrar, a quienquiera que lo dudase, que una guerra sin sentido, librada en una tierra inútil y estéril, no es suficiente para que un país deje de ocupar un lugar en la categoría de perdedores.Ernst RohmHans Kundt no fue el único alemán que importó Bolivia.A finales de la década de 1920, Ernst Rohm, un violento colega de Hitler con una cicatriz en el rostro, se convirtió en el consejero militar clave de los bolivianos.Rohm, uno de los primeros miembros del partido nazi y natural de Munich, se hizo amigo de Hitler y estuvo a su lado durante el fallido golpe de Estado de la cervecería de 1923.En 1925 se convirtió en jefe de las SA, los «camisas pardas», el ala paramilitar nazi formada por matones callejeros desocupados y violentos.Pero los soldados de Rohm eran demasiado agresivos incluso para Hitler, que quería mantener un perfil callejero más bajo mientras se preparaba para apoderarse del mundo
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